NUEVOS Y VIEJOS MODELOS

01/septiembre/2014



EL DEBATE SOBRE NUEVOS MODELOS SOCIALES NO DEBE OCULTAR LA URGENCIA DE REFORMAS CONCRETAS

En un gran número de países existe una enorme sensación de insatisfacción con los resultados concretos que están generando las instituciones políticas, económicas y sociales. La crisis económica mundial de 2008-2010 hizo profundizar las críticas que, desde la academia o la sociedad civil, se expresan contra el sistema con movimientos como el de Los Indignados en Europa, o el de la búsqueda de “nuevos modelos de desarrollo” en el Tercer Mundo.

Guatemala no escapa de esta moda de búsqueda de “modelos” económicos o políticos que sustituyan al actual –como si existiese hoy en día algún “modelo” en vigencia, a no ser que a eso se refieran los progres cuando hablan difusamente de “neo-liberalismo”-. A falta de ideas novedosas, ese fue precisamente el tema del reciente V Foro Regional Esquipulas, que con gran ambición se planteó transformar “el ideario político” partiendo de la consabida premisa de que “el modelo actual ya caducó”.

La estrella del foro fue el Presidente Correa, de Ecuador, cuyo discurso fue aplaudido entusiastamente por el público. Se trató, evidentemente, de un discurso político con elementos que (según se deduce de las múltiples columnas de opinión que generó) contenía un poco de todos los sabores, para todos los gustos. Algunos fragmentos del discurso hicieron las delicias de los anticapitalistas que hacían mayoría en el público presente. Pero otros varios han sido respaldados –con cauteloso entusiasmo- por miembros del credo liberal pro-mercado.

En lugar de filosofar sobre modelos basados en viejas ideas, sería más productivo avanzar en educación, salud e infraestructura

Lo que ocurre es que discursos como el de Correa proporcionan un producto que tiene muy alta demanda: una crítica a la ortodoxia reinante en la economía, contra el statu quo, contra el “modelo” prevaleciente. No importa si se basa en ideas de hace cuarenta años (como lo delatan sus referencias al economista estadounidense Kenneth Galbraith), ni que, en el fondo, no proponga ninguna alternativa novedosa a los desafíos económicos, sociales y políticos del momento. Aunque no se trata de una crítica mortal al sistema imperante, este tipo de discursos actúa como un virus que facilita el camino a críticas más destructivas e insidiosas como la del neo-marxismo.

Teóricamente derrotado con la rotunda caída de la Cortina de Hierro, así como con las firmas de los acuerdos de paz en Centroamérica, el marxismo ha probado ser una cepa resistente que rebrota con cada crisis nacional o internacional, y sagazmente se aprovecha de la insatisfacción social para seguir predicando sus creencias (una mezcla decimonónica de filosofía histórica alemana, sociología socialista francesa y economía política inglesa), que continúan prediciendo científicamente las leyes evolutivas del capitalismo hasta su inevitable desaparición y obligada sustitución por el socialismo.

Aunque los pensadores marxistas han adaptado y redefinido sus postulados conforme evolucionaron las circunstancias históricas en el último siglo, aún guardan inmutables sus creencias básicas. Por ejemplo, que el capitalista le roba al asalariado: el obrero pasa 6 horas diarias produciendo para sí mismo y otras 4 horas para el patrón; la diferencia entre el costo del trabajo (incluyendo lo gastado en materia prima) y el precio final se conoce como plusvalía y es la medida de la explotación del hombre por el hombre.

Esta visión no toma en cuenta que en cada sociedad el precio de los productos debe exceder los costos de producción por diversos montos que provean márgenes para invertir, innovar, pagar impuestos y muchos fines más. Al no tomar en cuenta esta consideración, la solución marxista a la pobreza y a la desigualdad no es otra sino la abolición de la propiedad privada, previa estatización de la misma. Para nada un “nuevo modelo” que valga la pena experimentar.

Es cierto que es necesario debatir sobre las mejores maneras de combatir la pobreza y procurar el bienestar de las naciones en el mundo actual; pero en lugar de dedicar tantos recursos a filosofar sobre nuevos “modelos” basados en viejas ideas, que deberían sustituir al –aún por definir- modelo actual, sería más productivo buscar cómo avanzar en temas concretos como la educación, salud, infraestructura, seguridad, justicia y combate a la corrupción. De manera que no conviene que, en su nueva encarnación, el marxismo vuelva a convertirse en el opio de los intelectuales.

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