¿SE SALVARÁ EL SALVADOR?

22/junio/2009



DOLARIZACIÓN Y CRISIS ECONÓMICA EN EL SALVADOR UN DESAFÍO QUE EXIGE MEDIDAS URGENTES

La calificación crediticia de El Salvador sufrió un duro revés la semana pasada cuando Fitch (una de las agencias calificadoras internacionales) no sólo la degradó sino que le dio una perspectiva negativa debido al deterioro e incertidumbre política y económica que manifiesta ese país. El impacto que sobre la economía salvadoreña está teniendo la recesión de los Estados Unidos en mucho mayor que el que se produce sobre Guatemala, no sólo en razón de la reducción de los flujos de capital, de las remesas familiares y de las exportaciones, sino también en razón de la rigidez que entraña una economía oficialmente dolarizada.

La falta de herramientas de política monetaria deja a El Salvador con opciones limitadas para enfrentar la recesión y el creciente déficit fiscal

Los apuros por los que atraviesa El Salvador son similares a los que enfrentó Argentina a principios de esta década o a los que ahora mismo enfrentan países con tipo de cambio fijo, como Letonia: una recesión (el PIB salvadoreño caerá más de 2.5% este año) generada por un shock internacional, una brusca caída de los flujos de capital hacia el país, y un aumento acelerado del déficit fiscal, de la deuda y del déficit externo. La receta usual para enfrentar este tipo de crisis es una depreciación real del tipo de cambio que restaure rápidamente la competitividad del país; sin embargo, El Salvador no puede hacer uso de tal herramienta porque no tiene moneda qué devaluar y, por ende, la solución sólo puede darse mediante un doloroso ajuste de precios relativos vía una deflación y una caída en los salarios nominales, lo cual implica exacerbar la recesión y empeorar la pobreza.

También las autoridades salvadoreñas deberán adoptar medidas drásticas de recorte del gasto público y de aumento de ingresos tributarios si pretenden reducir el déficit fiscal que rebasará el equivalente al 5% del PIB. Pero ambos tipos de medida son políticamente complejos, particularmente para un gobierno nuevo y sin clara mayoría parlamentaria, debilidades éstas que también dificultarán la aprobación parlamentaria de los cuantiosos préstamos externos que resultan imprescindibles para que la dolarizada economía sobreviva a la sequía de flujos de capital externo.

Claro está que los gobernantes vecinos podrían volver a considerar la posibilidad (como a principios de la campaña electoral) de abandonar la dolarización, pero tal medida tampoco sería fácil ni, mucho menos, indolora. Volver a una moneda nacional (como el Colón) implicaría una reforma institucional prolongada, un riesgo de pérdida de credibilidad internacional (con una reducción mayor de flujos de capital) y, seguramente, una devaluación real que trastornaría los balances de empresas e individuos, muchos de los cuales estarían en incapacidad de pagar sus deudas en dólares, golpeando así al sistema financiero salvadoreño y, posiblemente, al de sus vecinos.

La encrucijada económica de El Salvador es una amenaza externa adicional para la economía guatemalteca que debería hacernos reflexionar sobre la necesidad de alcanzar acuerdos internos, reducir la confrontación y enfrentar las amenazas externas utilizando nuestras fortalezas (que las tenemos) en un esfuerzo común. A El Salvador solo puede salvarlo la asistencia financiera extranjera, la austeridad fiscal extrema (por impopular que sea) o algún otro milagro que restaure su credibilidad en el exterior y les permita recuperar el crecimiento económico.

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