¿MIENTEN LAS ESTADÍSTICAS?

31/enero/2010


LAS CIFRAS ECONÓMICAS NO MIENTEN, PERO PUEDEN SER USADAS PARA ENGAÑAR

Todos los gobiernos, independientemente de su signo ideológico, se las arreglan para demostrar que han logrado mejores resultados que sus rivales en materia económica, apoyándose en cifras de crecimiento económico, empleo o inflación. Al mismo tiempo, los opositores demuestran, también con cifras, que la situación económica y social del país empeoró mientras sus rivales gobernaban.

El sentido común nos sugiere que es imposible que todos tengan la razón al mismo tiempo, por lo que, o bien las estadísticas están equivocadas, o las mismas (aunque sean correctas) pueden ser manipuladas para demostrar casi cualquier cosa. La segunda explicación es, casi siempre, la más acertada.

Por supuesto que, en primer término, hay que verificar que estén adecuada y técnicamente calculadas, pero es igualmente importante tener presente que las estadísticas, especialmente las económicas, hay que saber interpretarlas correctamente. Las estadísticas ofrecen una visión condensada de la información, y en eso radica su utilidad, pero también sus riesgos.

Cuando nos enfrentamos con una cifra o indicador económico, lo primero que debemos preguntarnos es quién realizó el cálculo, pues es muy diferente si un dato lo produjo una entidad con experiencia, buena reputación e independencia de intereses sectarios (ya sea pública o privada), o si, por el contrario, lo produjo una empresa de investigación de mercados de reciente creación o, peor aún, un partido político.

También es importante saber si el dato es de carácter definitivo o si, por el contrario, se trata de un dato preliminar que está sujeto a revisiones, como sucede con el dato del PIB que suele ser revisado varias veces al año.

La interpretación de las cifras requiere, asimismo, saber a qué periodo de tiempo están referidas; por ejemplo un aumento en el índice de precios al consumidor de 5% puede ser aceptable si se trata del incremento en un año, pero sería catastrófico si se refiriera al aumento en un mes.

Igualmente, cuando se trata de variaciones entre una cifra y otra, es menester conocer cuáles son los puntos inicial y final de los datos que se están comparando: por ejemplo, cuando se compara cuánto creció el PIB entre un año de recesión y un año de auge veremos una tasa de crecimiento mucho más alta que cuando se comparan dos años relativamente normales.

Las estadísticas son, digamos, un mal necesario; muy necesario

Otro factor muy importante a tomar en cuenta, especialmente cuando se interpretan cifras expresadas en quetzales, es saber cuál ha sido el efecto inflacionario: un aumento de 6% en el monto de impuestos recaudado por la administración tributaria puede ser poco alentador si, al mismo tiempo, la inflación aumentó también en 6%, lo que querría decir que la recaudación no habría aumentado nada en términos reales.

Un problema de interpretación muy común surge cuando se le confiere a un indicador un poder informativo que, en la práctica, no tiene. El caso más notable es el del PIB, al cual muchas personas acusan de que no sirve para medir el grado de bienestar de un país: tienen mucha razón, porque el PIB nunca fue ideado para ese propósito, sino que para medir el valor de la producción de bienes y servicios de un país durante un período determinado. Así como el velocímetro de un carro sirve para medir, justamente, la velocidad del vehículo (y no la potencia del motor o el nivel del aceite), así el PIB sirve para medir el valor de lo producido y compararlo con otros países (no para medir el de bienestar de la población).

Resulta útil que, cuando se interpreta una cifra económica, se cuente con otros parámetros que pongan en perspectiva cualquier dato: por ejemplo, un aumento de 4% en el número de puestos de trabajo generados en un año puede no ser una buena noticia si, en el mismo periodo, la población en edad de trabajar creció 8%.

Las estadísticas pueden ser engañosas y su interpretación puede ser manipulada para justificar ciertas decisiones o situaciones. Por lo tanto hay que tomárselas con cierta cautela. Esto no quiere decir, sin embargo, que no debamos tomárnoslas en serio y, mucho menos, que debamos prescindir de ellas, ya que resultan esenciales para tomar decisiones, pública y privadas, bien fundamentadas. Las estadísticas son, digamos, un mal necesario; muy necesario.

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