FREGADOS, PERO CONTENTOS
04/agosto/2014
GUATEMALA DESTACA ENTRE LOS PAÍSES MÁS FELICES A PESAR DE SU BAJO INGRESO
Aunque incomprendido y criticado, el Producto Interno Bruto –PIB- continúa siendo la estadística económica primordial de cualquier país y una variable fundamental para las decisiones de política económica. Sin embargo, el reproche más común que se le hace al PIB se basa en la obviedad de que la vida y el bienestar de las personas abarcan mucho más que la economía y los bienes materiales.
Incluso como medida de la producción de bienes y servicios, el PIB presenta muchas limitaciones: sólo mide los flujos (y no el stock) de los bienes materiales; no toma en cuenta el deterioro ambiental; sólo mide lo que se produce dentro de las fronteras del país; y, claro, no nos dice cuán felices somos o cuán satisfactoria es nuestra vida.
Esas críticas pueden ser válidas, pero están fuera de foco. De mismo modo que no debe esperarse que una radiografía o tomografía nos diga cuán confortable se siente un paciente, tampoco puede pedirse que el PIB nos diga más allá de aquello para lo que fue diseñado. El PIB mide el desempeño productivo de la economía; la efectividad con la que ese potencial productivo se utiliza es un tema importante, pero diferente.
Ciertamente el PIB per cápita es un indicador muy limitado para medir el bienestar, y es precisamente por ello que existe toda una paleta de indicadores del desarrollo social. Entre ellos destaca el Índice de Desarrollo Humano –IDH- que, además del ingreso per cápita, clasifica a los países según su esperanza de vida y su nivel educativo. El último IDH del 24 de julio pasado colocó (de nuevo) a Noruega en primer lugar y a Estados Unidos en el quinto. Guatemala está en el puesto 125, mientras que Níger y el Congo ocupan los últimos lugares (186 y 187).
El PIB mide el desempeño productivo de la economía; la efectividad con la que ese potencial se utiliza es un tema importante, pero diferente
Pero el IDH tampoco es una medida infalible del bienestar de las personas. Por eso han surgido otros índices basados en encuestas que, subjetivamente, preguntan cómo se sienten las personas respecto de su bienestar y su felicidad. En los años setenta del siglo pasado, el economista Richard Easterling comparó el nivel de ingresos con el nivel de satisfacción personal para un gran número de países. Su hallazgo (que se conoció como la Paradoja Easterling) fue que, al interior de los países, mientras más alto era el nivel de ingreso, más elevada resultaba la satisfacción de las persona; pero eso no ocurría al comparar a los países entre sí: los de menor nivel de ingresos podían mostrar niveles de satisfacción más elevados que los países más ricos.
Dicha paradoja continuó teniendo vigencia con el World Values Survey (1999-2002), una encuesta realizada en más de 80 países en la que los encuestados calificaban su grado de "satisfacción vital" y su "sentimiento de felicidad". Al comparar la tasa de satisfacción de cada país con su renta per cápita, se comprueba que en general a más renta más satisfacción, pero con enormes variaciones: con una similar renta per cápita, hubo tasas de satisfacción (de 1 a 10) muy divergentes entre el 6.5 de Japón y el 8.3 de Dinamarca, o entre Turquía con 5.5 y México con 8.
Hace unos días The Economist publicó una comparación similar entre el más reciente IDH contra datos de una encuesta de Gallup a nivel mundial que preguntaba si el día anterior las personas habían reído o sonreído, y si se sentían descansadas y respetadas. Con este indicador, Paraguay resulta ser el lugar más feliz del planeta con un porcentaje de “emociones positivas” de 87%. Chad es el más infeliz con 52%. Guatemala con 83% está, como no podía ser de otra manera, entre los cinco países más felices del mundo.
Y la paradoja Easterling sigue presente: hay poca correlación entre el ingreso monetario y el indicador de felicidad. Por ejemplo, Lituania tiene una puntuación de felicidad de un 53%, pero su nivel de ingreso debería haberla ubicado cerca del 70%. En contraste, otros países como Mali, Nicaragua o, por supuesto, Guatemala, son mucho más felices de lo que sus niveles de ingreso sugieren.
Quizá también el sentirse feliz tenga que ver con aspectos culturales: los europeos orientales o los asiáticos centrales se siente menos positivos a pesar de tener niveles de vida razonables, mientras que los de América Latina, con menos nivel de ingreso, tienden a ser alegres. Los cinco países más felices (incluyendo Guatemala) son latinoamericanos. Por algo será.