LA ÉTICA ES CLAVE EN LA ECONOMÍA

19/diciembre/2011



LA CIENCIA ECONÓMICA DEBE REINVENTARSE CON BASE EN LA ÉTICA Y EL BIEN COMÚN

La reciente crisis financiera y económica mundial no ha significado el final del capitalismo (como lo anunciaron ansiosamente, por enésima vez, los hijos huérfanos del marxismo), pero sí plantea la necesidad de revisar los paradigmas que la ciencia económica convencional ha venido empleando para su estudio.

Los economistas convencionales sostenían hasta ahora que el ser humano es un maximizador racional de su interés propio que actúa en un mundo racional caracterizado por fuerzas que conducen las cosas hacia el equilibrio. Sin embargo, estudios experimentales (sociológicos, psicológicos, así como económicos) indican que a la gente también le importa cooperar con otros y actuar con justicia.

Ciertamente, cada individuo tiene un conjunto de preferencias que desea satisfacer, pero para hacerlo aplica un conjunto de consideraciones morales que la ciencia económica debería tomar en consideración. Valores tales como el amor, la benevolencia y el espíritu de comunidad no son recursos escasos, ni requieren de ser economizados para que no se agoten; por ende, su incorporación en las ecuaciones de maximización de utilidades individuales debe ser replanteada por los economistas.

La teoría económica –centrada hasta ahora en el interés individual- debería repensar sus planteamientos a la luz del hecho de que las preferencias de las personas se forman no sólo con base en el interés propio, sino también con  base en valores éticos.

La economía de mercado necesita del comportamiento ético para funcionar eficientemente. En efecto, se requiere que el interés propio de los agentes económicos esté constreñido a ciertos principios morales, como el propio Adam Smith lo indicó en su Teoría de los Sentimientos Morales. Es cierto que Smith insistió en que el interés individual conduce al bien común cuando hay suficiente competencia, pero también sostuvo que ello es posible solamente si la mayoría de personas ha internalizado unas reglas morales generales como guía de su comportamiento.

El progreso material sin progreso moral no es desarrollo, sino una amenaza para el sistema

Un añejo esfuerzo por incorporar dichos valores éticos a la vida económica cotidiana nos lo ha dado la doctrina social de la Iglesia católica, que defiende el derecho a la propiedad privada de los bienes de producción pero, al mismo tiempo, señala que el bien común requiere a veces que tal derecho esté sujeto a ciertas regulaciones gubernamentales y que los problemas del desempleo, la extrema pobreza o la destrucción del medio ambiente no pueden dejarse enteramente a las fuerzas del mercado.

De manera que, desde la ética cristiana, la política económica debería favorecer el funcionamiento de los mercados, pero con la justa regulación estatal que proteja a los más desposeídos, defienda los derechos individuales, permita la organización y la participación de grupos sociales, y minimice las fallas del mercado (como las externalidades que derivan en polución). El grado de regulación estatal no es un asunto de principio, sino de juicio prudente en función de casos particulares. Y aquí es donde la parte difícil comienza: ¿hasta donde es prudente que el Estado intervenga en el mercado sin causar más daño que bien? Esta es la cuestión que la ciencia económica moderna deberá debatir y resolver en los próximos años.

Los principios religiosos podrían ser un sitio para empezar este esfuerzo. Si Jesús es, como proclamamos los cristianos, nuestro Señor e hijo de Dios, debe serlo en cada aspecto de nuestra vida incluyendo el económico y el ético, donde sus enseñanzas deben tener relevancia. Las políticas públicas no sólo pueden tener un impacto directo sobre el funcionamiento de los mercados, sino que también sobre los valores de los individuos que condicionan la forma en que estos toman sus decisiones.

Si el progreso material no va acompañado del progreso moral del individuo, aquél no será verdadero desarrollo sino una amenaza para el sistema. Ojalá que el espíritu de solidaridad y desprendimiento que se cuela por las rendijas de casas y oficinas en esta época navideña se afiance en los corazones de los guatemaltecos en forma de principios éticos y morales sólidos en materia económica y social, especialmente en el caso de los creyentes que coincidimos en que todos estamos llamados a colaborar en el trabajo que Dios hace en el mundo, por amor a Él; y que amar a Dios es amar al prójimo.

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