DÍA PARA EL OPTIMISMO
03/noviembre/2008
EL LEGADO DE GEORGE W. BUSH ESTÁ MARCADO POR CRISIS ECONÓMICAS Y ERRORES POLÍTICOS QUE DEJARON AL MUNDO EN LA DESCONFIANZA
Hoy es un día propicio para el optimismo respecto del futuro de la economía y de la política mundiales. Ya sea que la elección presidencial en Estados Unidos la gane John McCain o Barack Obama, el mundo sentirá, cuando sepa el resultado, un alivio porque percibirá el inicio del fin de la ausencia de liderazgo y de la desesperanza que han caracterizado a George W. Bush y a su gobierno. En estos momentos de crisis económica, la sola imagen del Presidente Bush genera desconfianza y nerviosismo.
No es para menos. En materia económica, George W. Bush se erigió en una auténtica arma de destrucción masiva. Conviene recordar que Bill Clinton, construyendo sobre un esfuerzo de varias administraciones, había logrado eliminar el déficit fiscal y alcanzar superávit presupuestarios; Bush lanzó por la borda estrepitosamente tal esfuerzo, al punto de que para 2009 la Casa Blanca estima incurrir en un déficit de más de US$480 millardos, sin incluir los gastos por la Guerra de Irak. Bush es el primer presidente gringo en cuya gestión se producen dos recesiones distintas. Con su escasa noción (o cuando menos intuición) sobre el funcionamiento de la economía, ha sido incapaz de liderar a su poderosa nación en tiempos de crisis.
Pero Bush no sólo causó estragos en lo económico. Este presidente, que en 2004 ganó la elección con apenas un 50.7% del voto y que hoy goza de menos del 25% de popularidad, destruyó la credibilidad y la autoridad moral del país más rico de la Tierra. Creyó que era su deber propagar la democracia por la fuerza de las armas, no mediante el ejemplo de sus virtudes. Por eso invadió Irak con base en reportes que él sabía que eran frágiles, cuando no deliberadamente falsos, que hablaban de armas de destrucción masiva y de vínculos con Al Qaeda que nunca existieron. Contrario a su padre, un estadista pragmático, W. Bush se hizo asesorar de extremistas fundamentalistas que lo condujeron a cometer errores monumentales. El peor, quizá, haya sido el haber dejado en segundo plano a Afganistán (donde están apostados solamente 25 mil soldados estadounidenses, contra 150 mil en Irak) y perdido la ocasión de construir allí una democracia en un país islámico, condenándolo quizá al mismo triste destino que le espera a Irak. Y, por supuesto, haber sacrificado tantas vidas y recursos sin que los verdaderos responsables del peor atentado terrorista de la historia estadounidense hayan recibido castigo: Osama aún anda suelto.
La administración Bush también dejó destrozada a la bella ciudad de Nueva Orléans, lo mismo que a las relaciones de Estados Unidos con Latinoamérica, donde ahora cuenta con varios enemigos declarados y pocos aliados entusiastas. Destruyó también la imagen y el respeto del que gozaban los principios morales y democráticos de Estados Unidos, al haber permitido violaciones escandalosas a los derechos elementales en contra de prisioneros, como las ocurridas en Abu Gharib y en Guantánamo. Despedazó la coherencia de la política exterior declarando la existencia de supuestos ejes del mal con quienes, posteriormente, conversaba amigablemente y (como en el caso de Nor-Corea) festejaba enviándoles la Filarmónica de Filadelfia.
George W. Bush ha sido, él mismo, un arma de destrucción masiva. Ni Obama ni McCain se le parecen, y eso ya es ganancia.
George W. Bush ha sido una figura destructiva tanto en lo económico como en lo político, dejando un legado de crisis y desconfianza global