EL FALSO ENCANTO DEL PROTECCIONISMO
7/julio/2025
El proteccionismo seduce a los políticos populistas, pero empobrece a sus países
El auge del proteccionismo es uno de los signos más alarmantes de nuestro tiempo. Lo vemos en Estados Unidos, con la guerra arancelaria desatada por su gobierno; en Europa, donde el nacionalismo comercial gana adeptos; y también en América Latina, donde ciertos liderazgos han resucitado viejos prejuicios contra el libre comercio. Guatemala no está inmune a esa tendencia. En este contexto de hostilidad hacia la globalización, debemos recordar por qué el proteccionismo ha sido, históricamente, una receta fracasada.
El proteccionismo parte de una premisa intuitivamente atractiva, pero económicamente equivocada: que un país es más fuerte si produce todo lo que consume, y que al cerrar su mercado protege el empleo local. Esta lógica —heredera del mercantilismo— es la favorita de los líderes populistas, porque simplifica los dilemas económicos y apela al nacionalismo. “Compremos nacional”, “defendamos lo nuestro”, “recuperemos empleos”... son los slogans que suenan bien, pero que funciona mal.
El proteccionismo no crea riqueza: reparte miseria y destruye el futuro
Adam Smith explicó claramente, hace 250 años, que ninguna familia sensata se empeña en fabricar por sí misma todo lo que necesita si puede conseguirlo mejor y más barato mediante el intercambio en el mercado. Si una familia sensata no lo hace, ¿por qué debería hacerlo una nación? Cuando los países comercian libremente, cada uno se especializa en lo que produce mejor y, al final, todos ganan. Por el contrario, las barreras comerciales (aranceles, cuotas y licencias) reducen la eficiencia, elevan los precios y frenan la innovación. La historia presenta ejemplos claros: las Leyes del Maíz en la Inglaterra del siglo XIX encarecieron el pan y empobrecieron a los trabajadores; hoy, los aranceles al acero y al aluminio en los Estados Unidos encarecen la producción de autos y electrodomésticos, destruyen más empleos de los que salvan y hacen que todos —excepto unos pocos productores protegidos— salgan perdiendo. El proteccionismo no crea riqueza: reparte miseria y destruye el futuro.
Los países en desarrollo, como Guatemala, tienen aún más que perder. Nuestro crecimiento depende de que nos integremos a los mercados globales. El proteccionismo de las grandes potencias nos castiga doblemente: limita nuestras exportaciones y encarece nuestras importaciones. Pero, ante la avalancha de proteccionismo en el planeta, sería un error de nuestra parte responder con las mismas armas; levantar muros arancelarios aquí no defenderá nuestra economía: solo empobrecería a los consumidores y aislaría a nuestros productores. Debemos resistir la tentación de responder con represalias. Más bien, es hora de redoblar nuestra apuesta por la apertura económica, por el fortalecimiento institucional y por la competitividad. Eso significa activar una política de apertura comercial, negociar inteligentemente nuestros acuerdos comerciales, mejorar la infraestructura, reducir trámites, atraer inversión y diversificar exportaciones.
El libre comercio no es perfecto, pero es el mejor camino para expandir la prosperidad. Es un camino desafiante que requiere ajustes y políticas compensatorias inteligentes, sí, pero no debe ser abandonado cada vez que sopla el viento del populismo. Guatemala debe estar alerta: el proteccionismo es una enfermedad contagiosa que se disfraza de patriotismo, pero que carcome la productividad, la inversión y el empleo. Hay que decirlo con claridad: el proteccionismo es popular, pero es ignorante. Y si queremos conjurar su amenaza, debemos defender —sin complejos— los principios de la economía abierta. Porque cuando el comercio retrocede, el bienestar también lo hace.