PENA CAPITAL PARA LOS FUMADORES
01/diciembre/2008
LA LEY ANTI-TABACO EXCESIVA NO RESPETA LA LIBERTAD DE ELECCIÓN PERSONAL
El Congreso de la República aprobó la semana pasada una ley contra el consumo de tabaco que pretende condenar a muerte toda posibilidad de convivencia en sociedad de los fumadores, a menos que desistan de su vicio. A riesgo de ser políticamente incorrecto y de ir en contra de la que parce ser una mayoritaria opinión favorable a dicha ley, debo manifestar que la misma me parece exagerada y draconiana. Aclaro, por si acaso, que no soy ni he sido fumador (salvo un ocasional habano), de manera que mi intención no es hacer una apología del fumar: sé perfectamente que fumar es altamente perjudicial para la salud.
Parto del hecho de que fumar es un acto voluntario y que los fumadores (quienes deben, eso sí, estar muy bien informados de los peligros de fumar) asumen el riesgo de hacerlo, apuestan y, en la mayoría de casos, ganan pues, según las estadísticas, la mayoría de fumadores muere por causas que no tienen relación con el tabaco. Igual sucede con el adicto a comer hamburguesas o el aficionado a manejar motocicleta a alta velocidad: la mayoría de ello no muere por razones asociadas a su riesgosa afición. Al igual que estas actividades, el fumar es susceptible de advertencias y regulaciones, pero no merece el exagerado grado de indignación puritana que se plasmó en la ley recién aprobada y que les impide, incluso, fumar en el patio o jardín de un restaurante u hotel.
Fumar es una elección personal, y como tal, los fumadores deberían tener el derecho de practicarla con las restricciones adecuadas para evitar el daño a otros
Está, por supuesto, el problema del fumador pasivo, es decir, aquellos que respiran el humo “de segunda mano” y quienes, de acuerdo con algunos estudios, podrían sufrir, como tales, de problemas de salud. Por lo tanto, me parece bien que a los fumadores no se les permita fumar donde y cuando quieran, pero creo que no debería conculcarse su derecho de fumar en lugares designados para el efecto, de manera que a quienes disguste el humo del tabaco se abstengan de acercarse a tales lugares; a mí, por el contrario, me agrada a veces estar en ambientes brumosos de tabaco que tienen un cierto sello, a la vez cosmopolita y bohemio, que me apetece compartir con los fumadores (entre quienes se cuentan algunas de las personas a quienes más aprecio).
Es cierto que la nicotina es un veneno que provoca adicción. Pero la enorme cantidad de personas que han dejado de fumar son una muestra de que dicha dependencia no es imposible de vencer. Entonces, si, por una parte, los fumadores están bien informados acerca de que el fumar es adictivo y dañino y, por la otra, el ejercicio de dicha actividad está estrictamente restringido a personas adultas en sitios específicos, tenemos que el fumar es una elección personal. Los fumadores, como todo ciudadano, tienen el derecho de emprender cualquier actividad; la frontera para el ejercicio de ese derecho está dada por el respeto al derecho ajeno. Y por respeto a su calidad de individuos pertenecientes a una sociedad civilizada, se debería permitir a los fumadores, con las restricciones del caso, que elijan el estilo de vida (o de muerte) que les apetezca.