COMERCIO VERSUS CARIDAD

27/julio/2009


EL COMERCIO INTERNACIONAL ES LA MEJOR HERRAMIENTA PARA REDUCIR LA POBREZA

Hace algunas semanas me referí a los riesgos que la crisis mundial entrañaba para los flujos de cooperación internacional y a la consecuente necesidad de re-orientar tales flujos hacia fines más productivos. Un amigo lector me comentó que la magnitud de la crisis demandaba re-orientar los esfuerzos hacia el fomento del comercio internacional, antes que hacia la caridad internacional. Y no deja de tener razón.

Para muchos ciudadanos del Primer Mundo resulta inadmisible que en países como Guatemala, por ejemplo, una de cada tres mujeres no sepa leer, que la mitad de los hogares rurales no tenga cobertura de agua y saneamiento, y que 30 de cada mil bebés nacidos vivos muera antes de su primer cumpleaños, lo cual evidencia una inmensa brecha en la calidad de vida entre nuestros países y los de ellos, realidad que los induce a buscar una solución urgente. Algunos de estos bienintencionados ciudadanos primermundistas culpan a la globalización por tan aberrante inequidad, sin reflexionar quizá en que, si toda la industria y el comercio mundiales se detuvieran mañana, ello difícilmente ayudaría a los países pobres. La experiencia alrededor del mundo es contundente en cuanto a que la mejor herramienta, necesaria pero no suficiente, para reducir la pobreza es el crecimiento económico. Más seres humanos han salido de la pobreza a través del crecimiento de los últimos setenta años que en los anteriores setecientos. Evidentemente, más personas habrían podido salir de la pobreza de no ser por la falta de instituciones adecuadas y por la mala gestión económica y política en el Tercer Mundo.

Más empleo y crecimiento económico surgen de mercados abiertos, no de la dependencia de la caridad internacional

Una de las maneras más efectivas para fomentar el desarrollo es la de abrir mercados a los productores pobres para que vendan sus productos. De manera que los consumidores de los países ricos, en vez de sentirse culpables por comprar productos importados (sentimiento que está siendo perversamente impulsado como falsa salida a esta crisis), deberían cobrar conciencia de que su consumo de tales productos genera empleos en los países en vías de desarrollo. Por supuesto que  los consumidores deben tener la responsabilidad de asegurarse de que los productos que compran no se hayan generado mediante la explotación indebida de los trabajadores ni del ambiente, pero también deben saber que las exportaciones permiten a los países pobres generar ingresos que, a su vez, crean demanda de bienes nacionales e importados y, con ello, crecimiento económico. A más comercio internacional, aunque sea mediante tratados bilaterales de libre comercio, habrá más empleos; y un empleo, aunque sea relativamente mal remunerado en comparación con lo que gana un trabajador en, digamos, Bélgica, es la mejor salida para que un obrero tercermundista tenga el chance de construir una vida mejor.

La ayuda económica proveniente de gobiernos y ONGs del Primer Mundo, en cambio, no ha probado ser tan efectiva como el comercio para reducir la pobreza en el mundo. Y no es que la cooperación internacional sea mala per se; es que ha estado mal enfocada al asistencialismo, en vez de orientarse a pocos pero efectivos destinos como la educación (en especial de las niñas) y el desarrollo de la micro y pequeña empresa. Y como complemento –no sustituto- de la mejor forma de ayuda al desarrollo: el comercio internacional.

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