CRISIS DE CONFIANZA

9/febrero/2009

SIN CONFIANZA NO HABRÁ RECUPERACIÓN ECONÓMICA

La crisis de los mercados financieros internacionales que se desbocó en septiembre del año anterior está empezando a tener un impacto profundo sobre la economía real, ocasionando recesiones en Estados Unidos, Europa y Japón. La esperanza que existía respecto de que las economías emergentes más importantes (como China, India, México o Brasil) estuvieran “desacopladas” de los países industriales se ha desvanecido: estos gigantes en desarrollo han entrado también en un proceso de rápida desaceleración económica.

El ambiente económico y financiero internacional es tan difícil de comprender que los inversionistas y consumidores alrededor del mundo están actuando con suma prudencia, o con abierta desconfianza. La crisis económica es, en gran medida, una crisis de confianza que configura un círculo vicioso: la incertidumbre económica afecta el comportamiento de los inversionistas y consumidores; los menores niveles de inversión y consumo aumentan el riesgo de que se produzca una recesión prolongada y profunda; estos riesgos, a su vez, alimentan la incertidumbre. Este circuito de desconfianza amenaza con prolongar y agravar la crisis.

En los países industrializados la ruptura del círculo vicioso debe empezar por recobrar el funcionamiento del sistema bancario. Cualquier paquete de estímulo fiscal o de reducciones agresivas en la tasa de interés de la política monetaria no van a ser efectivos a menos que se superen las debilidades del sistema financiero, pues únicamente así podrá restaurarse la confianza del público e iniciarse la recuperación económica. Sin la confianza de los consumidores e inversionistas los gobiernos podrán inyectar las cantidades de dinero que quieran a la economía, pero ésta no se recuperará.

En Guatemala también se percibe un ambiente de pesimismo y extrema cautela entre consumidores e inversionistas que, aunque tiene un cierto componente financiero, está más asociado, por una parte, a la inseguridad pública y, por otra, a la incertidumbre respecto del impacto que tendrá la crisis internacional y la forma en que la política económica doméstica reaccionará ante ella. La incertidumbre se traduce en decisiones pospuestas, si no es que en parálisis, de los inversionistas, consumidores y empresas. Y este comportamiento, a su vez, amenaza con agravar la desaceleración económica.

Ninguna política económica va a evitar que la crisis internacional nos afecte, pero con un sensato manejo de los instrumentos al alcance del gobierno, y con la participación de los líderes de la sociedad, es posible minimizar los efectos del shock externo. Es por ello que debe dársele la bienvenida, o cuando menos el beneficio de la duda, al recientemente anunciado Programa Nacional de Emergencia y Recuperación Económica que, si bien es cierto, no contiene medidas que puedan calificarse de novedosas y grandiosas, al menos constituye una propuesta ordenada de acciones que dan una orientación precisa al quehacer gubernamental ante la crisis.

Los componentes del programa en matera de seguridad y empleo, enmarcados en un ambiente de política fiscal, monetaria y financiera coherente, pueden tener efectos positivos sobre la demanda; pero, lo más importante, es que pueden ayudar a reducir la incertidumbre. La clave está en que lo planteado se ejecute efectivamente.

La incertidumbre económica afecta las decisiones de inversión y consumo, alimentando la crisis

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