LA “COOPERACIÓN” ECONÓMICA EXTERNA
15/agosto/2011
LA AYUDA EXTERNA A GUATEMALA ES LIMITADA Y POCO EFECTIVA PARA IMPULSAR SU DESARROLLO
La semana pasada se informó que la Secretaría de Planificación y Programación de la Presidencia –SEGEPLAN- estimaba que, como mínimo, la cooperación económica internacional recibida por Guatemala en los últimos quince años ascendía a unos Q70 millardos, aunque la titular del ramo reconoció que, por diversas razones (como la falta de archivos ordenados) la información era solamente aproximada.
La noticia publicada incluyó también una serie de comentarios que criticaban la falta de efectividad de dicha ayuda debido a la falta de políticas gubernamentales de largo plazo y a la débil institucionalidad pública. Además, se dejó ver que los países cooperantes podrían estar insatisfechos por los magros resultados de su ayuda en términos de reducción de la pobreza y mejora del desarrollo del país.
En todo caso, es conveniente tomar con mucha cautela las “gigantescas” cifras a las que supuestamente asciende la cooperación extranjera. En primer lugar porque, en términos relativos, la asistencia oficial para el desarrollo que recibe Guatemala no es tan significativa pues, según la OCDE (el club de los países cooperantes), representó un 1.25% de su ingreso nacional bruto (en promedio anual de 2007 a 2009), porcentaje muy similar al del promedio del grupo de países clasificados como de ingreso medio-bajo (entre los que se incluyen, por ejemplo, Guatemala, Paraguay y El Salvador). En estos términos, evidentemente, nuestro país recibe menos cooperación económica que otros de menor nivel de ingreso como Bolivia (que recibió ayuda equivalente a un 4% de su ingreso nacional, en el mismo periodo), Honduras (3.8%), Nicaragua (13.1%), Mozambique (20.8%), o Burindi (41.2%).
En segundo lugar, las cifras de cooperación internacional no están bien registradas, no sólo en nuestros desordenados archivos gubernamentales, sino también en los de los países donantes, cuyos ciudadanos financian con sus impuestos muchos proyectos y actividades oficiales y de ONGs que no sólo suelen tener poco impacto en el bienestar de los pobres sino que, en ocasiones, se rigen por motivaciones políticas y diplomáticas poco transparentes.
No existe correlación entre la ayuda recibida y el crecimiento económico de los países recipiendarios
En tercer lugar, no todo lo que se clasifica como ayuda oficial al desarrollo es genuinamente ayuda. En el caso de Guatemala, casi el 70% de la “cooperación” registrada por SEGEPLAN corresponde a préstamos –muchos de ellos “atados” a ciertas condiciones que favorecen a empresas del país otorgante- que tarde o temprano nuestro país debe devolver, si bien es cierto a tasas de interés subsidiadas y con períodos de gracia incorporados. Del restante 30% (las verdaderas donaciones) una buena tajada se concede a fundaciones, iglesias y otras asociaciones que utilizan los recursos con la eficacia que su buena fe y capacidad institucional les permiten.
La efectividad de la ayuda económica externa, en términos de impulsar el desarrollo económico y humano, ha sido puesta en duda por diversos académicos a nivel internacional. Economistas como Peter Thomas Bauer, Dambisa Moyo, Paul Mosley o Peter Boone han comprobado que no existe correlación entre la ayuda recibida y el crecimiento económico de los países recipiendarios, entre otras razones, por el drenaje de recursos que su debilidad institucional ocasiona en forma de proyectos y gastos improductivos.
Por ello los propios países de la OCDE adoptaron en 2005 una serie de principios para aumentar la efectividad de su ayuda externa. Tales principios incluyen la necesidad de que el país recipiendario se apropie de las políticas y estrategias financiadas por la cooperación, que la misma esté alineada con las prioridades de desarrollo de cada país, que los cooperantes se coordinen en la priorización del destino de su ayuda, que ésta esté enfocada a lograr resultados y que todas tanto donantes como recipiendarios sean responsables del uso transparente y eficiente de los recursos.
Ante el poco avance mostrado por los cooperantes en el cumplimiento de estos simples principios, y con la crisis económica por la que ahora atraviesan, no podemos sino ser pesimistas respecto de que algún día se pongan de acuerdo en los temas que realmente pueden ayudar al desarrollo y bienestar de los países menos desarrollados: la apertura de sus mercados a nuestros productos y la apertura de sus fronteras a nuestros trabajadores.