EL VALOR DE LA REPUTACIÓN
02/mayo/2011
GANARLA REQUIERE DE UN ESFUERZO PROLONGADO, PERO ES TAN FRÁGIL QUE PUEDE PERDERSE MUY RÁPIDAMENTE
Una buena reputación es un activo intangible de fundamental importancia para la vida de cualquier individuo, y también de cualquier Estado; ganarla requiere de un esfuerzo prolongando, pero es tan frágil que puede perderse muy rápidamente. Pese a sus múltiples problemas, el Estado de Guatemala ha podido construir, a lo largo de los años, una reputación de prudencia y responsabilidad en el manejo de la deuda pública que vale la pena preservar.
Con las excepciones de la obscura deuda de CELGUSA –que nunca fue formalmente una deuda estatal- y la “deuda inglesa” del siglo XIX, Guatemala nunca ha incumplido con sus obligaciones soberanas al exterior y ha logrado mantener unos indicadores de deuda ejemplares en el contexto latinoamericano. Sólo la descomunal irresponsabilidad fiscal del gobierno de Lucas García, que descalabró por completo la economía del país, dañó notablemente la buena reputación financiera ganada a lo largo de los años, la cual sólo pudo empezar a recobrarse a partir de los dolorosos ajustes iniciados en la década de los noventa del siglo pasado.
Aunque para el ciudadano de a pie resulta a veces difícil aquilatar la utilidad de tener una economía estable, un buen manejo de la deuda pública y una buena reputación en los mercados financieros internacionales, para los líderes políticos, empresariales y sociales debería ser esencial comprender que si se pierden esos factores –estabilidad y reputación-, las consecuencias pueden degenerar en una crisis que agrave las condiciones de pobreza e ingobernabilidad del país.
De no haber sido por la estabilidad económica y el manejo financiero responsable logrados en los últimos veinte años, Guatemala quizá habría sufrido mucho más los embates de la gran crisis mundial de los últimos años que, afortunadamente, nos sorprendió con un déficit fiscal relativamente bajo, abundantes reservas monetarias internacionales, deuda pública baja, expectativas inflacionarias ancladas que permitieron al banco central reducir las tasas de interés, y un sistema financiero en proceso de fortalecimiento dentro de un nuevo marco legal.
Una onza de buena fama vale más que una libra de perlas
Incluso el entonces ministro de Finanzas, Juan Alberto Fuentes, se dio el lujo de aplicar una política fiscal moderadamente anti-cíclica (expansiva) para contrarrestar los efectos recesivos de la crisis, lo cual habría sido impensable si las variables macro no hubiesen estado bajo control. Si bien la crisis afectó la economía y redujo el ingreso per cápita, las condiciones de estabilidad y la reputación financiera del país posibilitaron que los flujos de capital continuaran financiando la actividad productiva privada y gubernamental.
Sin embargo, existen límites a lo que el gobierno puede hacer para mitigar los efectos de una crisis mundial: la idea original detrás de la política fiscal expansiva impulsada en 2009 era que ésta fuera estrictamente temporal. El déficit fiscal debía reducirse gradualmente del pico de 3.3% (como porcentaje del PIB) ese año, a sus niveles históricamente sostenibles de menos de 2%. Eso no se cumplió y el déficit fiscal ha continuado rondando el 3% del PIB en 2010 y 2011, lo cual ha requerido que el gobierno aumente aceleradamente su ritmo de endeudamiento.
La deuda pública no es mala per se, siempre que se destine a financiar obras de infraestructura que aumenten la capacidad productiva del país. Lo auténticamente alarmante es que el ritmo de endeudamiento se está acelerando, cuando debería decelerarse; que, en violación de la Ley Orgánica del Presupuesto y de toda prudencia económica, se estén usando préstamos para pagar gastos corrientes (como el aumento de sueldo de los maestros); que exista una deuda flotante que nadie sabe a cuánto asciende ni qué obras financió (razón por la cual el propio Fondo Monetario Internacional ha aconsejado una auditoría externa de dicha deuda antes de reconocerla).
Todos estos factores son una amenaza a la estabilidad financiera del Estado guatemalteco, tan arduamente lograda. El mantenimiento de la reputación de estabilidad financiera del país debe ser una prioridad, pues de lo contrario las consecuencias pueden nefastas para el bienestar de los guatemaltecos, especialmente de los menos privilegiados. Bien dijo Cervantes que una onza de buena fama vale más que una libra de perlas.