SOLUCIONES INSTANTÁNEAS (y 2)
06/agosto/2012
LOS CAMBIOS SOSTENIBLES SE LOGRAN CON REFORMAS GRADUALES Y VOLUNTAD POLÍTICA
La búsqueda de soluciones instantáneas a los complejos problemas de la vida nacional genera, por lo regular, un desperdicio de recursos y de esfuerzos que desemboca en un gran desencanto por parte de la ciudadanía y en un debilitamiento de la credibilidad de las instituciones públicas. Las políticas que prometen soluciones instantáneas suelen ser impulsadas a costa de sacrificar otras políticas de largo plazo que, en contraste, requieren de esfuerzo, paciencia y gestión continua, que además han sido exitosas en otras latitudes pero que, para su desgracia, no son políticamente “rentables”.
No es necesario correr, si caminando con perseverancia podemos alcanzar nuestras metas, de manera más eficiente
Desafortunadamente, a la mayoría de políticos se les dificulta aceptar que los cambios graduales, por medio y dentro de las instituciones existentes, son los que en última instancia pueden transformar a la sociedad, sus relaciones económicas fundamentales y sus estructuras políticas. Aunque más lentas y políticamente menos “sexys”, las reformas graduales son, normalmente, más efectivas y sostenibles que las grandes revoluciones: la historia nos ha enseñado, desde la Revolución Francesa en 1789 a la caída del Muro de Berlín en 1989, que un shock brusco no es la mejor manera de producir un cambio constructivo.
En el mundo moderno, China e India son dos ejemplos incuestionables de cómo las reformas graduales –impulsadas con perseverancia y buen juicio- pueden ayudar a los países en desarrollo a prosperar. Ambos países sufrían de elevados índices de pobreza extrema, pero durante las últimas décadas pusieron en práctica las políticas de estado adecuadas que les han permitido crecer a un ritmo vibrante y, lo que es más importante, les ha permitido sacar de la pobreza a millones de sus ciudadanos.
Esa experiencia demuestra que lo que se necesita en nuestros países es menos ingenio y más empeño; menos alquimistas que inventen la piedra filosofal para resolver todos los problemas, y más gestores que trabajen con empeño y perseverancia. Al respecto, resulta providencial la esclarecedora lección dictada por nuestro compatriota Erick Barrondo, ejemplo vivo de lo que el sacrificio, la constancia y el esfuerzo cotidiano pueden lograr: no es necesario correr, si caminando con perseverancia podemos alcanzar nuestras metas, de manera más eficiente.
En lugar de embarcarse en ambiciosas reformas radicales en búsqueda de cambios instantáneos, los países en desarrollo como Guatemala deben identificar aquellos pocos obstáculos cruciales que impiden el desarrollo de sus economías y enfocarse en resolver primero estos problemas. Una vez las economías empiecen a crecer, entonces habrá espacio, tiempo y dinero para profundizar los cambios graduales y eficaces del sistema. Reformar, por ejemplo, el tamaño y la profundidad del gobierno es, sin duda, algo necesario en el largo plazo, pero una reforma más urgente es superar los graves problemas de corrupción y de pobre gestión e ineficiencia del gasto público. Un gobierno que no vela por el buen uso de los impuestos o que maneja mal el gasto –aunque sea por pura incompetencia-, producirá más pobreza para sus ciudadanos y desalentará la inversión y el crecimiento.
La resolución de estos problemas cruciales no es tarea fácil, ya que en la práctica requieren de un cambio sistémico; pero la realización de dicho cambio necesita del compromiso de la administración pública y del apoyo ciudadano que quizá no se generen espontáneamente, razón por la cual se necesita de la voluntad e impulso políticos para premiar e incentivar el trabajo de los funcionarios que contribuya al referido cambio sistémico, así como para castigar la negligencia y falta de honradez.
Lo anterior es válido para todos los países, pero lo es más para aquellos que exhiben indicadores inaceptablemente bajos de bienestar, como los que presenta el Índice de Desarrollo Humano, publicado por el PNUD, que ubica a Guatemala en una posición inferior al promedio mundial y ocupando el puesto 131 de 184 países evaluados. Ello pone en evidencia la necesidad de implementar políticas públicas que sean efectivas y que se traduzcan en una reforma gradual que sirva a los ciudadanos y no a los intereses particulares de políticos o grupos de poder. Sólo así los ciudadanos y los inversionistas sentirán que en realidad pueden prosperar, y lo empezarán a hacer.