LOS PODEROSOS DEL MUNDO

15/noviembre/2010


EL G20 NO REPRESENTA A TODOS NI DECIDE POR IGUAL

El G7 solía ser el club de los poderosos. Desde que se fundó en 1976, en este foro de ministros de finanzas de los siete países más industrializados (Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia, Japón, Reino Unido y Canadá) se definían las directrices más importantes de la política económica internacional, que rápidamente eran ratificadas por los organismos internacionales, empezando por el Fondo Monetario Internacional –FMI-.

La gran crisis financiera internacional de 2008, generada y contagiada al resto del mundo desde los países industrializados, han obligado a estos países a ampliar la membresía del club de los poderosos. Entre los innumerables “Grupo de los…” que existen sobre la faz de la tierra, el G20 es el que se ha auto erigido en el foro decisorio de las políticas económicas internacionales. Los que realmente parten el queso en el G20 siguen siendo el antiguo G7 más el emergente grupo de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China), a quienes acompañan en un rol más secundario otras economías de gran tamaño como Corea o México.

El G20 enfrenta, en términos prácticos, dos complejos desafíos para funcionar adecuadamente. El primer desafío es el de armonizar los heterogéneos intereses de sus miembros. Por ejemplo, en el G20 hay países con grandes déficit comerciales (como Estados Unidos) que quisieran discutir los grandes desequilibrios cambiarios, cosa que no le interesa a otros miembros (superavitarios) como Alemania, Japón o, especialmente, China. Otras divisiones en el G20 se dan, por ejemplo entre las democracias y las autocracias (China, Arabia Saudí), o entre los que quisieran firmar acuerdos vinculantes (los europeos) y quienes quieren un G20 que sólo dé consejos (China y Estados Unidos).

Con esas divisiones no es extraño que el G20 produzca comunicados tan anodinos como el emitido en la Cumbre de Seúl de la semana recién pasada, que no pasó de repetir las fórmulas usuales respecto de que los países “se abstendrán de aplicar devaluaciones competitivas”; "permanecerán vigilantes sobre la volatilidad excesiva de los tipos de cambio”; tomarán “acciones coordinadas” respecto de la crisis mundial, ayudarán al FMI a “identificar desequilibrios comerciales importantes que requieran acciones preventivas y correctivas"; "resistirán el proteccionismo bajo todas sus formas"; y reafirmarán “su compromiso de combatir el cambio climático”. Lo mismo de siempre, pues.

Allí no están todos los que son, ni son todos los que están

El segundo desafío del G20 es su propia legitimidad, pues allí no están todos los que son, ni son todos los que están. Si la lógica de su composición era incluir a las economías más grandes, resulta extraño que no estén incluidas España y Holanda (que sólo están representadas indirectamente por la presidencia de la Unión Europea), o Taiwán (aunque las razones políticas de su exclusión son evidentes). Por otro lado, más de 150 países (incluyendo Guatemala) no alcanzaron a recibir invitación a la magna cumbre de Seúl, y tendrían razones de sobra para no sentirse representados por el G20, por mucho que hayan participado como invitados los representantes de Naciones Unidas y del FMI.

Formalmente, sería más legítimo que las discusiones de política económica internacional se realizaran en el ámbito de los organismos multilaterales, específicamente en el FMI. Allí, cuando menos, las decisiones se toman por votación de todos los países del mundo aunque, claro está, el poder de voto depende del monto de las contribuciones o “cuotas” de los miembros, en virtud de las cuales los países ricos tienen la preponderancia del poder de voto, mientras que los países en desarrollo se quejan de un "déficit democrático" que los deja con muy poca influencia sobre las políticas del FMI.

Haciendo uso de su nuevo poder, los BRIC lograron hace algunas semanas un ajuste a las cuotas de los miembros del FMI que permite que el poder de voto de las economías emergentes aumente en 6%, en detrimento de las economías industrializadas. Para que estemos ubicados conviene saber que, luego de estos ajustes, Estados Unidos reducirá su poder de voto de 17.0% a 16.5% del total, y que continuará siendo el único país capaz de vetar cualquier decisión del Directorio. Guatemala, por su parte, aumenta su voto de 0.108% a 0.114%; ¡vaya mejora!

Anterior
Anterior

UN ESTADO MÁS FUERTE

Siguiente
Siguiente

¡TAN LEJOS QUE ESTÁ FINLANDIA!