NI UBIQUISMO NI LUQUISMO
05/abril/2010
NI UBIQUISMO NI LUQUISMO: GUATEMALA NECESITA UNA TERCERA VÍA
Los ex presidentes Jorge Ubico y Romeo Lucas tenían algunas similitudes: militares de profesión; antidemocráticos, represivos y sanguinarios por vocación. Sin embargo, en cuanto al manejo de la cosa pública, fueron diametralmente opuestos: aquél era un ultraconservador, probo en grado extremo, maniático del ahorro y del gobierno pequeño; Lucas, en cambio, fue un manirroto y desordenado impulsor de megaproyectos fraudulentos que endeudaron terriblemente a un estado que, paradójicamente, creció y se debilitó al mismo tiempo. El contraste entre ambos déspotas viene a cuento a raíz de los puntos de vista contrapuestos que existen actualmente respecto de cuál es la política económica más adecuada para aprovechar la recuperación económica después de la crisis mundial.
La aceleración del crecimiento económico es un proyecto de largo aliento que implica invertir en la próxima generación de tecnologías, trabajadores y familias
Un grupo opina que la peor receta para salir de una recesión económica es seguir la ruta (ubiquista) de la austeridad estricta en el gasto público, pues ello deprimiría la demanda agregada de la economía en un momento en el que la inversión pública es crucial para incentivar la producción y el empleo. Otro grupo opina que, al contrario, el gobierno no debe (como hizo Lucas) desplazar al sector privado en su rol de motor de la recuperación económica, por lo que debe mantener bajo control sus niveles de gasto y de endeudamiento y evitar ponerle cargas (impositivas) adicionales a la ciudadanía. Ambos campos tienen su porción de razón. La austeridad de Ubico, en plena Gran Depresión, se tradujo en un enorme desempleo y caída de la producción: el comercio exterior del país se redujo en más del 70% entre 1928 y 1933. Por su parte, el gasto disoluto de Lucas, después de una crisis energética y en una recesión mundial, generó enormes déficits macroeconómicos que minaron la inversión y el crecimiento, y sembraron la semilla de las grandes crisis de la década de los ochenta.
Ni el ubiquismo ni el luquismo son, pues, opciones viables para guiar la política económica actual. Guatemala pudo sortear los embates de la crisis financiera internacional de 2008-2009 merced a su manejo prudente en materia fiscal y monetaria y, como mencionamos la semana pasada, deberíamos aprovechar ese activo que tenemos como país para discutir de manera serena, objetiva y prospectiva las grandes reformas que se requieren para acelerar el desarrollo. Lo anterior requiere de madurez política y disposición al diálogo para encontrar las políticas que permitan, como lo indicó el Ministro Fuentes Knight en su discurso ante la asamblea del BID hace algunos días, combinar la prudencia macroeconómica con la solidaridad social. Ello pasa por la innegable necesidad de realizar una reforma tributaria profunda que provea al estado de los recursos que éste requiere para invertir en salud, educación, seguridad e infraestructura pero que, pari passu, favorezca la inversión privada y la productividad. Tal reforma no será viable ni sostenible si, también pari passu, no se mejora sustancialmente la eficiencia del gasto público, así como su focalización y transparencia, tal como lo reconoció el propio Presidente del BID en su reciente visita a Guatemala.
Todo este juego de equilibrismo no es sencillo, ni mucho menos, pues demanda una gran dosis de paciencia, entereza y madurez. Los parches, las improvisaciones y las precipitaciones en nada contribuyen al proceso de identificar las medidas más adecuadas que deben aplicarse con una perspectiva de mediano y largo plazo. La aceleración del crecimiento económico (que es el arma más poderosa conocida contra la pobreza) es un proyecto de largo aliento que implica invertir en la próxima generación de tecnologías, trabajadores y familias. Es ingenuo creer que sólo el gobierno puede lograrlo, aislado del sector privado (o viceversa); ambos son fuerzas complementarias para el desarrollo sostenible y la generación de empleos. El cortoplacismo, ya sea ubiquista o luquista, es un indeseable distractor en este momento que requiere de acuerdos y decisiones de Estado.