LA CRECIENTE DEUDA PÚBLICA
06/diciembre/2010
GUATEMALA SE ACERCA A UN LÍMITE PELIGROSO DE DEUDA PÚBLICA SIN UN PLAN CLARO DE SOSTENIBILIDAD
En medio de las negociaciones del Presupuesto del Estado para 2011, el Congreso aprobó la emisión de Q1.6 millardos de bonos del tesoro (Bonos de Reconstrucción) y, a sabiendas de que es prácticamente imposible que los mismos se coloquen (y que los recursos se inviertan) en el transcurso de 2010, dejó establecido que dicha deuda se puede trasladar automáticamente al ejercicio fiscal del año próximo. Lo inusual de esta disposición se explica en el enorme desorden presupuestario que se vivió durante el presente año que, entre otros efectos, ha dificultado darle seguimiento al acelerado crecimiento que la deuda pública ha experimentado en años recientes.
Según las últimas cifras publicadas, sin incluir los Bonos de Reconstrucción, la deuda pública había crecido en más de 10% en los primeros nueve meses de 2010, lo que se agrega al aumento de más de 20% que la misma registró en 2009. No obstante su rápido crecimiento, la deuda ha mostrado una mejora en su composición (que conlleva un menor nivel de riesgo) ya que la mayor parte de la deuda es interna (44,4% del total, cuando en 2001 era sólo el 28,5%). Sin embargo, como proporción del PIB, aunque el nivel de la deuda pública guatemalteca sigue siendo bajo en comparación con países de ingresos similares, cada vez más se acerca al nivel crítico de 25%; peor aún, dada la baja carga tributaria, la deuda como porcentaje de los impuestos ahora supera el 300%.
Un problema adicional es la preocupante acumulación de deuda flotante, resultado de la construcción sin financiamiento de obras públicas por casi Q4 millardos, de acuerdo con los contratistas privados, la que tarde o temprano habrá que documentar e incluir en las cifras oficiales de la deuda.
El aumento de 150% de la deuda pública en los últimos diez años se explica, en parte, por “la gran moderación” de la economía mundial (con crecimiento sostenido y bajos niveles de inflación y desempleo) que, junto con los grandes superávits financieros de las economías emergentes, permitió un gran flujo de créditos a bajas tasas de interés. Como sucede con las drogas, el aumento de la deuda produce cierta euforia en los gobiernos que llegan a creer que pueden seguir aumentando el gasto público indefinidamente. Y los prestamistas (nacionales y extranjeros) caen también en cierto optimismo excesivo creyendo que el gobierno podrá incrementar a futuro sus ingresos para estar en capacidad de pagar los intereses y reembolsar el capital tomado en préstamo.
Como sucede con las drogas, el aumento de la deuda produce cierta euforia en los gobiernos
Además, la deuda se justifica con la buena intención de utilizar los recursos prestados para mejorar los índices educativos o combatir los niveles vergonzosos de desnutrición infantil que exhibe nuestro país. Y, por si esto no bastara, está la opinión de los organismos financieros internacionales respecto a que el nivel de deuda pública de Guatemala es todavía, de acuerdo a ciertos parámetros estándar internacionales, “sostenible”.
El problema con la deuda es que, eventualmente, hay que pagarla; por algo es que la palabra “crédito” viene del latín credere, es decir “creer”: si el deudor (en este caso el gobierno) pierde su credibilidad, los acreedores rehusarán concederle nuevos préstamos (o los concederán en condiciones muy duras) y le quitarán el tanque de oxígeno financiero que le permite respirar. El acrecentamiento de la deuda pública es un esquema tipo Ponzi que requiere, ya sea de un aumento de la población que asegure que las nuevas generaciones van a asumir la carga, o de un deus ex machina (quizá un milagro tecnológico o un descubrimiento mineral) que pueda impulsar el crecimiento económico.
Alrededor del mundo los gobiernos están enfrentando un difícil período de resaca luego de la borrachera de endeudamiento de los años previos, y deben decidir cómo reducir rápidamente sus déficits (a riesgo de socavar el crecimiento) y cómo distribuir el costo de hacerlo lo más equitativamente posible. Más temprano que tarde, Guatemala debe emprender ese mismo proceso, que en nuestro caso incluye discutir qué clase de Estado queremos, con qué recursos los vamos a pagar y con qué calidad se van a invertir tales recursos. Ojalá el liderazgo y la madurez política que se necesitan para ello no fueran recursos tan escasos en nuestro medio.