LECCIONES DEL TIGRE DOMADO

29/noviembre/2010



LA CAÍDA DE IRLANDA DEMUESTRA LOS RIESGOS DE UNA GESTIÓN FISCAL IRRESPONSABLE

Alguna vez se llegó a conocer a Irlanda como “el Tigre Celta”, debido al asombroso crecimiento que vivió en la década de los noventa, cuando su economía alcanzó y superó los estándares de vida de la Unión Europea, lo cual hizo creer a los irlandeses que su nivel de vida y el valor de sus activos continuarían creciendo indefinidamente. Y tal vez lo habrían podido logar, si tan solo la política fiscal, la gobernanza de los bancos y la supervisión financiera no hubiesen sido tan laxas y no hubiesen dejado a la economía tan vulnerable a los choques externos e internos.

A partir de 2003 esa laxitud empezó a manifestarse en un acelerado crecimiento del crédito bancario, un auge en la construcción, un aumento del gasto público y un incremento del déficit externo, que configuraron una gigantesca burbuja inmobiliaria que sólo esperaba un leve pinchazo para reventar.

Contagiado por la crisis internacional de 2008, el sector inmobiliario irlandés colapsó y su sistema bancario cayó en quiebra. El gobierno decidió rescatar a los bancos con dinero del presupuesto pero, como no habían sido previsores en los tiempos de bonanza, el Estado se vio forzado a endeudarse para seguir operando. Conforme las finanzas públicas se deterioraban, al tiempo que la economía continuaba sin recobrarse, el ritmo del endeudamiento y del déficit fiscal se hizo insostenible.

Lo que empezó como una crisis del sistema bancario se convirtió hoy en un descalabro absoluto de la economía irlandesa. La Unión Europea entró en pánico ante el temor de que esto se contagiara a otros países y sistemas bancarios de la región. El Fondo Monetario Internacional fue llamado al rescate y, junto con las autoridades económicas europeas, diseñó un estricto programa de ajuste estructural para tener acceso al millonario financiamiento (de más de 50 millardos de euros) que se necesita para rescatar a la economía de Irlanda.

El plan de ajuste obliga al gobierno irlandés a disminuir drásticamente el gasto público a fin de reducir tanto el déficit fiscal (del nivel actual de 32% del PIB, a 9.1% en 2011 y 3% en 2014), como la deuda pública (del 102% del PIB para 2013 a 100% para 2014).

Para un irlandés, la austeridad puede impedirle cambiar su carro; para un guatemalteco, puede significar no tener qué comer

Esta caída del gasto público implicará reducir los programas de protección social, las jubilaciones y el número de empleados públicos, todo lo cual será complementado con un aumento de impuestos para generar más ingresos al fisco.

Lo que este tipo de programas de austeridad pretende es, por un lado, reducir los niveles de consumo doméstico para que abunden más las divisas que permitan pagar la deuda externa y, por otro, restituir la credibilidad del gobierno de cara a honrar sus compromisos de deuda, de manera que recobre su capacidad de ser sujeto de crédito. Aunque en el largo plazo estos programas suelen recobrar la viabilidad económica de los países, en el corto plazo causan un deterioro en las condiciones de vida de la población y suelen provocar, como en Irlanda, descontento social y e ingobernabilidad.

De la caída del otrora Tigre Celta surgen varias lecciones. Aparte de las obvias enseñanzas respecto a que nunca debe descuidarse la regulación bancaria a nivel sistémico y siempre deben aprovecharse los tiempos de bonanza para generar superávit fiscales, también pueden extraerse enseñanzas pertinentes para países como Guatemala. Una de ellas es que el aumento desmedido del déficit fiscal y el crecimiento acelerado de la deuda pública pueden dañar gravemente la viabilidad de las finanzas públicas y arruinar la estabilidad macroeconómica. Igual de importante es evitar que el endeudamiento público se utilice para financiar gastos de funcionamiento (como el rescate de bancos en el caso de Irlanda, o las transferencias de efectivo en el caso guatemalteco), en vez de invertirlo.

Tales prácticas no son sólo técnicamente erróneas, sino que resultan peligrosas pues, tarde o temprano, terminan por obligar a que se aplique un plan de ajuste y austeridad que para el ciudadano irlandés promedio puede impedirle renovar su refrigeradora (o su televisión, o su carro) durante un par de años; pero para un guatemalteco, un programa de austeridad de ese tipo puede implicar el riesgo de no poder comprar comida con qué llenar su refrigeradora.


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