AHORA HAY QUE ACTUAR

07/noviembre/2011

ES TIEMPO DE ACTUAR CON POLÍTICAS QUE UNAN ESTABILIDAD MACROECONÓMICA Y REDUCCIÓN DE LA DESIGUALDAD 

“Están bien indignarse un rato, pero después hay que actuar”, nos dijo Savater en su reciente visita a Guatemala. Y, parafraseándolo, digamos que está bien que durante la campaña electoral proliferen las promesas populistas, pero después toca ponerse serios y actuar en la resolución de los grandes problemas del país.

Pocas veces como en estas elecciones se pudo percibir –ya no sólo entre grandes sectores de la ciudadanía, sino entre los propios políticos- tan poco entusiasmo (e, incluso, una cierta insatisfacción) respecto de las políticas económicas ortodoxas que, aunque les duela a sus detractores (ya sean marxistas trasnochados o anarquistas libertarios), han propiciado un aceptable nivel de estabilidad macroeconómica en el país en los últimos veinte años.

La razón de dicha insatisfacción radica en que no resulta evidente que la estabilidad haya contribuido a reducir los vergonzosos niveles de pobreza o de desigualdad que caracterizan a Guatemala. Por el bien del país, es menester que el nuevo equipo de gobierno electo para el periodo 2012-2016 tenga claro las políticas macroeconómicas responsables pueden y deben ir de la mano con políticas que favorezcan el crecimiento y con políticas que reduzcan la desigualdad. Las unas no excluyen a las otras.

Para empezar, la nueva administración del Partido Patriota deberá velar por el mantenimiento de la estabilidad del nivel de precios, no sólo porque ello es necesario para un buen clima de negocios, sino porque el combate a la inflación es una política que favorece a los más pobres, que son quienes más sufren cuando los precios aumentan. También deberá contener el desmedido crecimiento de la deuda pública, pues sabemos que los costos que acarrea una deuda pública excesiva suelen caer desproporcionadamente sobre la espalda de los más pobres.

Se acabó el tiempo de ofrecer; ahora es tiempo de actuar

Para preservar lo que queda de los buenos números macroeconómicos del país, y para evitar que la necesidad de endeudamiento del gobierno desplace al crédito destinado al sector privado, el gasto público debe ser racionalizado. Esto no significa que deba reducirse el gasto social ni la inversión en infraestructura. Al contrario, significa reducir el gasto superfluo, el desperdicio y la corrupción, a fin de liberar recursos que aumenten la inversión en capital humano y físico necesaria para acelerar el crecimiento económico.

Es imperativo reducir el ritmo de crecimiento de la deuda pública: recordemos que si pudimos sortear con relativo éxito la crisis económica mundial de 2008-2009 fue, en gran medida, porque entonces nuestra deuda pública registraba niveles muy manejables. Hoy esto ha cambiado y, Dios no lo quiera, una nueva crisis mundial nos sorprendería con menos defensas para resistirla.

Otro desafío crucial para el nuevo gobierno será el de aumentar la recaudación y negociar en el Congreso una reforma fiscal integral. Mejor si ésta incluye una flexibilización del gasto, ya que hoy en día una proporción demasiado grande del presupuesto está comprometida por asignaciones legales que poco tiene que ver con la eficiencia o la equidad (como los aportes constitucionales a la universidad estatal o al deporte).

Y así como la política fiscal puede apoyar más decididamente al crecimiento económico si se mejora el gasto en capital humano (educación y salud) y en infraestructura, también puede y debe apuntalar el combate a la pobreza y la reducción de las desigualdades sociales. Ello es necesario para conjurar la amenaza del populismo y revertir el desencanto de la población con la democracia.

Para el efecto el gasto público debe trasladarse (por doloroso o políticamente difícil que sea) de destinos que favorecen a la clase media (como el subsidio eléctrico, la educación universitaria, o las clases pasivas del Estado) hacia destinos claramente enfocados a los pobres (como las transferencias condicionadas de efectivo debidamente focalizadas, la educación primaria, o el combate a la desnutrición).

Se acabó el tiempo de ofrecer; ahora es tiempo de actuar. Y la promoción de la  estabilidad y del crecimiento económico, simultáneamente con la igualdad de oportunidades (que incluye el acceso a la educación y a la salud primarias, al crédito y a la infraestructura básica), es el lugar correcto para que el nuevo gobierno concentre sus esfuerzos.

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